VIOLENCIA DE GÉNERO: LA OTRA PANDEMIA.

VIOLENCIA DE GÉNERO: LA OTRA PANDEMIA.

POR MANUEL HERBAS, ABOGADO, ÁREA LEGALES DE OSJERA

Desde el comienzo del confinamiento a causa de la pandemia de COVID-19, en Argentina las denuncias por violencia de género aumentaron más del 40%, como así también se han conocido más de 162 casos de femicidio en todo el país, según datos aportados por la ONG AHORA SI QUE NOS VEN, a junio de 2020.

Claramente estamos frente a otra pandemia, y que si bien lleva años afectando a cientos de mujeres, es dable destacar que este delito actualmente se ve doblemente incrementado por la presencia del coronavirus y su necesidad de aislamiento preventivo.

Las circunstancias por las que está atravesando el mundo entero potencian el riesgo de violencia, puesto que el aislamiento introduce más barreras que dificultan exponencialmente la solicitud de ayuda como así también la correspondiente denuncia contra el agresor.

Es sabido que en la gran mayoría de casos en que mujeres padecen violencia física, psicológica o sexual dentro de una relación íntima o familiar, su agresor utiliza como herramienta principal el control de su víctima, es decir, justamente aislar a la mujer: por lo que el aislamiento social preventivo y obligatorio, pone aún más en riesgo al género vulnerable.

Estamos ante un fenómeno de violencia que, además de acrecentarse por el confinamiento, pareciera tomar relieve cuanto más se abren paso las mujeres en la lucha de su derechos.

Y desde luego, lejos de ser una suposición, tener en nuestra sociedad mujeres empoderadas produce una reacción aún más violenta en ese machismo que ahora se ve interpelado y confrontado.

Son muchas las situaciones en las que muchos hombres, ante una disputa o discusión cotidiana, terminan sus argumentos con un improperio relacionado con el menosprecio al feminismo, como si el término feminista sea en sí mismo un insulto

Volviendo al contexto inédito que estamos transitando, sin bien en Argentina se han sumado más líneas telefónicas disponibles a los efectos, como así también infinidad de propagandas que indican los medios de comunicación para denunciar al agresor, los femicidios por el contrario no han cesado y peor aún, cada día presentan más violencia, más saña, y repudio al género femenino. Por tal motivo, es preciso contar con datos actualizados, disponer de más refugios y establecer otros protocolos que apoyen a la mujer, como así también aumentar la capacitación policial al respecto, para que el género se sienta más protegido.

Está claro que, como todo cambio de paradigma, la violencia en cualquiera de sus expresiones tiene su raíz en la educación, siendo el amito escolar el lugar central para que niños y niñas adopten formas de trato basadas en el respecto.

Uno de los puntales que inicio el camino hacia esta concientización tuvo lugar en el 2012, cuando el Ministerio de Educación de entonces implementó El Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI) con el objetivo de coordinar, implementar y evaluar la educación sexual dentro de las tres modalidades educativas: inicial, primario y secundario.

El enfoque integral de la educación sexual implica la transversalidad de sus cinco ejes en todos los contenidos y áreas curriculares. Estos ejes se encuentran interrelacionados y son: ejercer nuestros derechos, cuidar el cuerpo, reconocer la perspectiva de género, respetar la diversidad y valorar la afectividad.

Aun así, con la educación como eje fundamental para una solución definitiva, se vuelve preciso endurecer las leyes para que todos aquellos agresores reciban sanciones y penas más estrictas como medio de erradicación total de la violencia; extirpando de ese modo esta pandemia que lleva años metiéndose en la vida de millones de mujeres aterrándolas segundo a segundo.

El proceso de visibilización de la problemática ha servido, y mucho. Pero los resultados están lejos de hacer mermar una violencia silenciosa, intramuros, terrible y sangrienta.

Desde Osjera, proponemos estar cada vez más alertas a percibir los silenciosos llamados de pedidos de ayuda, de angustia contenida, de palabras no dichas y de miradas esquivas. En cada uno de esos gestos tal vez va un golpe, una denigración, o una vida.

Además, ponemos a disposición toda nuestra capacidad de recepción al servicio de cualquier víctima de violencia en absolutamente todas sus formas.

Tapemos nuestra boca para protegernos de una epidemia, pero no callemos la otra pandemia que nos afecta.

 


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